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No es motivo por supuesto de celebración ninguna, más bien de vergüenza, en Santiago y en todo el país, las condiciones de las personas sin hogar continúan siendo mucho más que precarias. La pandemia obligó a cerrar comedores solidarios, bajar la cuota de camas disponibles en albergues o centros de acogida y muchos que solidariamente distribuían alimentos o vestuario, ya no pudieron continuar. La crisis para las personas en situación de calle no solo ha sido sanitaria, sino que humana, viviendo aún más el abandono y discriminación. Permanentemente “sobreviven” en medio de múltiples problemas, que con el COVID-19 se acentúan, mostrando y sufriendo violencias, carencias, precarizaciones a las que constantemente están sometidas. Sin olvidar las vulneraciones que se cometen con los niños en calle y los ancianos, a quienes el Estado esta obligado a proteger pero que en la práctica no sucede. De allí que nos encontramos con ellos viviendo o sobreviviendo en calle.

Se inplemento el Plan Protege Calle, que no es otra cosa que los mismos servicios que cada año se instalan con el objetivo “que nadie muera en calle” nada que de cuenta de la necesidad de un plan especifico que considere la situación y las necesidades particulares de las personas en situación calle viviendo en pandemia, hemos sido testigos del maltrato de los municipios y otras que sin respeto ninguno por la persona, arrasan con sus precarias pertenencias, perdiendo sus recuerdos e incluso sus medicamentos. Los espacios implementados por el “programa” no están debidamente ocupados y no cuentan con el recurso humano necesario y especializado.

Ahora que estamos todos dicutiendo el cambio o no de la Constitución, demosnos tiempo para meditar y abrir los ojos para ver y reconocer a tantos que viven en la pobreza y es más ,en la miseria, porque en Chile , el país “de la mesa llena” hay muchos que no tienen que comer, teniendo hambre de dignidad, de respeto y oportunidades.